
Todo apunta a que el incendio más grave que se recuerda en Sierra Morena fue provocado para saldar viejas rencillas sobre una finca de lujo Una de las mejores fincas de caza mayor de España ha ardido en el incendio de Sierra Morena. Su propietario litigó durante más de diez años con la Junta de Andalucía para hacerse con la propiedad. El Supremo le dio la razón hace sólo unos meses. El rumor de que fue provocado se extiende en los alrededores de este paraíso de la caza de lujo En estos montes había venados magníficos que dejaban impresionados a cazadores alemanes, italianos y rusos. Tras el incendio, se encontraron familias enteras de ciervos calcinadas en su huida de las llamas El incendio de Sierra Morena fue intencionado, y lo sabe todo el mundo, repite un organizador de monterías de la zona, que a las doce y veinte de la mañana del último jueves de agosto vio desde lo alto de un cerro cuatro focos de llamas recién empezados y en cuatro puntos equidistantes. «Y quien diga lo contrario miente como un bellaco. Yo estaba allí», contaba al teléfono el miércoles pasado desde esos mismos montes ahora desolados, vueltos polvo de ceniza. «No es bueno que se sepa mi nombre, porque en estos pueblos las rencillas se terminan cobrando, como se ha visto con este fuego». El peor incendio que se recuerda en Sierra Morena se llevó por delante muchas más de las 8.000 hectáreas reconocidas por la Junta de Andalucía. «Al menos, el doble», calculaba este excelente conocedor del territorio en el que nació, se crió, trabaja y vive. La Junta ha vuelto a repetir la operación propagandística de contar varios miles de hectáreas por debajo de la superficie real quemada, como ya hizo este mismo verano en el incendio de Huelva y Sevilla. «Dicen que 8.000, pero yo calculo que se han perdido por encima de 15.000 hectáreas. Si cuentan a la baja debe de ser por descargar un poco su complejo de culpabilidad. Saben que tienen estos montes en el abandono total desde hace años», coincide Ramón Padilla, presidente de la Sociedad de Cazadores de Santisteban del Puerto, en la provincia de Jaén, otro hombre del terruño, otro cazador entristecido. Ahora en la zona se maldice por los montes perdidos, por la caza calcinada y por las monterías que no se darán este año en algunas fincas cinegéticas de los alrededores, entre las mejores de Europa. El otoño y el invierno no se presienten prósperos en el norte de la provincia de Jaén, justo donde comienza la Sierra Morena y donde hace siglos que se vive a partes iguales del oro verde de los olivares y de la pasión y el negocio de la caza. Alguien lo quiso así y prendió la mecha, según el organizador de monterías antes citado y según también la primera versión de la Guardia Civil, que pronto apuntó a una disputa entre cazadores. Otra vez la venganza, o la envidia, o el cobro por las bravas de una cuenta pendiente vuelven a llevarse por delante un pedazo de tierra ibérica. Entre la superficie perdida se encontraba una de las fincas de caza más bellas de España, y uno de las últimas reservas de bosque mediterráneo, la de Juan Monjardín, agente de Cambio y Bolsa madrileño y propietario (a través de una de las sociedades en las que participa) de la finca La Alameda, de algo más de 6.000 hectáreas, en el término municipal jienense de Santisteban del Puerto. «Una maravilla de finca, algo increíble. La conozco, me crié por allí. Tiene unos cerros preciosos, solanas con buen pasto para los animales y hasta le pasa un río por el medio que no se seca en todo el año. Tener un río que cruce una finca es un tesoro, porque le da la vida», cuenta el anónimo organizador. Allí estuvo en una montería hace más de 15 años, antes de que la comprara Juan Monjardín. «Fue un descaste de ciervas (día en que sólo se permite matar ciervas viejas) en el que participaron Fraga y Carrillo. Los dos estuvieron muy correctos, allí no había diferencias políticas. Era muy curioso, porque a Carrillo le podía el ansia de querer matarlo todo, las ciervas viejas y las jóvenes. Me acuerdo que entre los que estábamos por allí hacíamos el comentario jocoso de que como había pasado hambre de pequeño ahora se lo quería comer todo. Fraga dio un pequeño mitin antes del almuerzo, para agradecer a la gente de la organización nuestro trabajo. Incluso, no se me olvida que dio 10.000 pesetas a cada uno de los perreros sin que nadie más que ellos se enterase. En esa finca siempre han cazado las primeras escopetas de España, gente muy importante. Y hoy sigue siendo igual». A Monjardín se le ha quemado La Alameda, o se la han quemado, en casi un 80 por ciento. «He tenido muchos problemas con esa finca, pero no creo que alguien haya querido pegármela fuego. Además, empezó a cinco kilómetros de distancia y si alguien quiso que llegara a La Alameda debe de ser un artista de las llamas», explicó a este periódico Juan Monjardín el viernes durante una conversación telefónica. Cuando él habla de «problemas» se refiere al litigio mantenido durante años con la Junta de Andalucía para hacerse con la propiedad de la finca. Porque La Alameda era parte de los terrenos de la duquesa de Medinaceli y cuando ésta decidió vender algunas de sus grandes extensiones en la zona hace unos veinte años, la Junta quiso hacerse con los terrenos de la finca para convertirla en monte público. Esa intención de la Administración andaluza satisfacía a los habitantes de los tres pueblos que pasarían a disfrutar de los beneficios cinegéticos de la propiedad: Navas de San Juan, Castellar y Santisteban del Puerto. Monjardín ya había negociado un precio con la duquesa (en torno a 360 millones de pesetas) y la Junta ejerció su derecho de retracto para quedarse con La Alameda por esa misma cantidad. Monjardín recurrió, litigó y después de más de diez años de pleitos en diferentes tribunales, salió vencedor en abril de este año: una sentencia del Tribunal Supremo determinó que La Alameda era suya. La Junta perdía, y los cazadores de la zona se quedaban sin esas 7.000 hectáreas de bosque mediterráneo. Al final, no sería suelo público. «Claro que no sentó bien a la gente», dice Ramón Padilla. Incluso, durante los primeros años de la disputa en los tribunales, un grupo de cazadores de Santisteban del Puerto llegó a ocupar de manera simbólica La Alameda para manifestar su oposición. «Después de aquello, Monjardín nunca ha tenido buena relación con la gente de aquí. Por eso creo que han querido quemarle la finca. El fuego empezó en otra propiedad de Monjardín, cruzó un par de fincas y acabó llevándose por delante La Alameda. La sospecha es evidente: sabían lo que hacían. Es algo que se escucha en los bares de la zona, aunque la verdad sólo la saben los que prendieron fuego», según el organizador de monterías. Sea o no una disputa entre cazadores, y al margen de quiénes sean los propietarios afectados, las grandes derrotadas del incendio son las dehesas de Jaén, un paisaje de encinas, quejigares, madroños, jaras, lestiscos y los últimos resquicios del auténtico bosque mediterráneo, como La Alameda. Pasarán décadas hasta que se recuperen, si es que se hacen las cosas bien y no vuelve otro incendio con la guadaña. Ramón Padilla, la voz de los cazadores de Santisteban del Puerto, se queja de que la Junta no se ocupó de estos montes en los últimos diez años, «y eso facilitó el progreso del incendio». Ni siquiera se ocuparon este año de limpiar las franjas cortafuegos, tarea de la que debe ocuparse cada temporada la Administración. Padilla no se cree que se tratara de un fuego intencionado ni que quisieran ir a por la finca de Monjardín, «porque esto ha sido un desastre para la zona y aquí hemos salido perdiendo todos». De entrada, se calcula que se dejarán de dar unas 20 monterías en la zona para la próxima temporada, que empezará en octubre. Las primeras escopetas de España cazan en estas privilegiadas fincas situadas en la zona limítrofe entre Castilla-La Mancha y Andalucía, a la vera de Despeñaperros. Varios apellidos de banqueros figuran entre los propietarios de fincas (Botín, March, Conde, Cortina, Alcocer), además de otras fortunas patrias. «Aquí se dan sólo monterías de lujo: se pagan entre 3.000 y 7.000 euros por puesto y todo se cuida al detalle. He visto a rusos borrachos de placer, a alemanes comiendo mariscadas de escándalo y a futbolistas de postín que no se creían lo que tenían delante. Por cierto, que a muchos de éstos no es la caza mayor lo que más les interesa cuando vienen por aquí», deja caer el organizador de monterías. «Los extranjeros se vuelven locos cuando ven esto». Algunos llegan en aviones privados que aterrizan en una de las cuatro pistas dentro de fincas alejadas del ojo público. Varios de esos festines no se podrán celebrar en un tiempo. Sufrirán las consecuencias toda la legión de trabajadores auxiliares que acompaña las monterías: perreros, muleros, ojeadores, puesteros, secretarios y hasta los camareros de los servicios de cátering, integrantes todos de la industria cinegética para la zona. El fuego de la venganza ha dejado varios centenares de reses espanzurrados sobre la ceniza y una desolación insoportable para los amantes de la caza.